Después
de muchos siglos de evolución, las personas estamos diseñadas genéticamente
para buscar el beneficio propio. Pero en esta evolución hemos dado un salto
cualitativo, y ha sido cuando el individuo
se ha dado cuenta de que el beneficio propio está en el beneficio del equipo,
de la colectividad. Esto ha hecho que el ser humano viva en Sociedad y tienda a
cooperar, ya que es más fácil subsistir como individuos si cooperamos.
La
clase trabajadora nacida en la revolución industrial se dio cuenta enseguida de
que la única forma de combatir las condiciones
sociales–laborales impuestas por la Revolución Industrial y el auge del
capitalismo era su unión. En ese momento nace el Sindicalismo con el
objetivo de mejorar colectivamente las condiciones de trabajo y para defenderse de los abusos de los
empresarios.
También
nace en esos momentos el cooperativismo como una forma diferente de defender a
la clase trabajadora, cambiando la dialéctica de confrontación con el
empresariado por la de creación de empresas y generación de riqueza desde
postulados diferentes.
El
sindicalismo y la economía social, vidas paralelas que tiene que dejar de serlo
Dice
el artículo 129.2 de la Constitución española: “Los poderes públicos promoverán
eficazmente las diversas formas de participación en la empresa y fomentarán,
mediante la legislación adecuada, las sociedades cooperativas. También
establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la
propiedad de los medios de producción.”
Es
un artículo que me gusta especialmente, y que da mucho sentido a las
posibilidades de cooperación entre la economía social y el sindicalismo.
El
sindicalismo tiene como aspiración el que la clase trabajadora organizada, sea capaz de dirigir
la economía y ponerla al servicio de las personas, tal y como sugieren los
principios de economía social: “Primacía de las personas y del fin social sobre
el capital, aplicación de los resultados en función del trabajo aportado,
promoción de la solidaridad interna y con la sociedad e independencia de los
poderes públicos”.
El
sindicalismo y la economía social, tienen ante sí varios retos:
•
Buscar mecanismos de colaboración en los temas de mutuo interés.
•
Analizar el papel del sindicalismo y de la economía social en estos tiempos de
crisis
•
Orientar a los trabajadores/as, ocupados y desempleados, sobre las
posibilidades de asociarse en autoempleo colectivo.
Avanzar
en estas líneas puede tener traducciones que pueden ser muy positivas, en
cuanto a mejora de las condiciones de trabajo, formación de los trabajadores-as,
salud y seguridad laboral, avanzar hacia producciones ecológicas, trabajar con
criterios de responsabilidad social… Todo ello desde la participación y la
implicación de las personas.
Desde
la economía social debemos avanzar en profundizar en nuestro modelo de gestión
y de hacer empresa. Es probable que en empresas de economía social, que han
olvidado sus orígenes, se haya producido también “malas prácticas”, como
ausencia de negociación colectiva, explotación de la mano de obra asalariada y,
por tanto, ausencia de diálogo entre socios-trabajadores, asalariados, lo que
ha contribuido en ocasiones a que haya habido reticencias en colaborar.
Pero
una cosa está clara, la economía social y el sindicalismo deben encontrarse de
forma efectiva, en la práctica del día a día, no solo en declaraciones de buena
amistad. No podemos permitirnos seguir coexistiendo los unos al margen de los
otros, porque las razones del inicio del movimiento sindical y de los
movimientos asociativo-productivos-cooperativos son muy semejantes y los
objetivos siguen siendo muy parecidos; asociar conocimientos, capacidades y
recursos por parte de un
colectivo de trabajadores/as y que tienen que ver con la sociedad del
conocimiento, la investigación y
el diseño de proyectos de todo tipo: industriales, de infraestructuras, y
también de servicios a las personas y a las instituciones.