Cada vez parece más difícil alcanzar la sabiduría. Me explico: En un mundo
en el que los avances tecnológicos y científicos se aceleran hasta el punto de
que somos incapaces no ya de entenderlos, sino de asumir siquiera el hecho numeroso
de los ingentes hallazgos que se publican a diario, así como sus
correspondientes repercusiones en nuestra vida cotidiana, parece haber mayor
exigencia intelectual a la hora de alcanzar la noble condición de persona
sabia.
No querría pensar que los sabios, esas personas a las que atribuimos una
especial manera de interpretar el mundo y que atesoran profundos
conocimientos en una o varias materias, ciencias o artes, están
en vías de extinción. Porque los sabios son valiosos, aunque no coticen en bolsa
o seguramente por ello. Son referente y guía, casi siempre de manera
involuntaria, para la ciudadanía responsable que se mira en ellos a la hora de
ser y de actuar en un mundo complejo, por el que cada vez nos es más
dificultoso transitar.
Con la muerte hace unos días de José Luís Sampedro, perdemos a otro de esos
sabios. Este economista, escritor y pensador se había convertido en un
referente moral para muchas personas y colectivos sociales. En estos tiempos de
codicia y desmesura, Sampedro escribía y hablaba de la importancia de poner a
la persona y su bienestar en el centro de la economía, de la vida. Era un
pensador crítico, icono intelectual de los indignados en nuestro país, que
alzaba la voz, siempre con cordura y discreción, para denunciar las injusticias
sociales, las actitudes insolentes de los prepotentes y las políticas que se
desvían del bien común.
De entre todo lo que se ha escrito de Sampedro tras su muerte, me quedo con
una palabra que se ha utilizado para definirle, para loarle: Disidente.
Necesitamos más disidentes, más sabios que se salgan del dictado, que
cuestionen las directrices y los discursos que van conformando un pensamiento
único. Necesitamos referentes que vengan a sustituir a los que se van yendo,
porque sin ellos, me temo, estamos perdidos.
Sampedro formaba parte de una generación irrepetible. Una generación que
atesoró sabiduría como fruto de vivir en primera persona acontecimientos
sociales, económicos y políticos que han sido trascendentes para nuestra
historia. La vida se puede vivir de muchas maneras; los hechos y
acontecimientos te pueden dejar huella, puedes aprender de ellos, o por el
contrario puedes ser ajeno a todo. Y la generación de Sampedro vivió cinco
regímenes políticos distintos y una terrible guerra civil, algo que quizá
imprimió en ella una especial sabiduría que no veo en generaciones posteriores.
Pues bien, quedémonos con el mensaje humanista de Sampedro, con sus
enseñanzas, su literatura, su visión de una economía más humana y más justa. No
es fácil cambiar las cosas, tampoco en democracia, y menos para que perduren,
pero sólo desde las ideas y la razón es posible hacerlo. Por eso necesitamos
referentes, sabios… Gracias Sampedro. Adiós, maestro.
Ana Real ana.real@fevecta.coop
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