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jueves, 20 de diciembre de 2012

La economía del ‘sentido’ común


En el arranque de la actual crisis económica hubo algunas voces que se alzaron desde el mundo de la economía, la filosofía y la política para denunciar los graves abusos especulativos y los comportamientos poco éticos por parte de empresas y particulares, que habían conducido sin remedio a la situación ya por todos conocida. Esas voces reclamaban un cambio de modelo económico y productivo, que había de inspirarse también en un cambio de los valores que debían regir la sociedad para evitar repetir los mismos errores.

Con el tiempo esas voces han ido desfalleciendo. La vergonzante penuria por la que muchas personas atraviesan no está sirviendo de acicate suficiente para un mayor movimiento social de reivindicación que fuerce un cambio. El capitalismo está fuertemente inoculado en nuestra sociedad, en nuestras relaciones, en nuestro planteamiento de vida. Ha supuesto, es cierto, una gran generación de riqueza en las últimas décadas, pero ha generado también tal desigualdad entre países, entre personas, que resulta difícil defender la sostenibilidad de dicho modelo tal cual hoy lo conocemos dentro de un discurso sincero de responsabilidad social.

El sistema es imperfecto, de eso no cabe ninguna duda. Los discursos que desde las teorías neoliberales sacralizan precisamente la libertad del individuo para labrarse su propio futuro y que denostan la intervención del Estado para corregir los desequilibrios y desigualdades que indefectiblemente el libre mercado genera son los mismos que ahora piden los rescates a la banca. Y este es solo un ejemplo de las incoherencias existentes.



La discusión, sin duda, está servida, pero es en el debate de las ideas donde debemos buscar la respuesta para llegar a algún tipo de acción. Ha de ser un debate con altura de miras, eso sí; no vale eso de rechazarlo sin más porque el poder económico o los mercados no van a permitir que nada cambie, porque también en otros momentos de nuestra historia acabaron por caer otras estructuras en apariencia inamovibles poco antes.

Hace apenas dos años, Christian Felber, profesor de la Universidad de Económicas de Viena, planteó su alternativa a tanto desatino: La economía del bien común, un modelo económico completo basado en la cooperación, que se ha convertido ya en un bestseller (www.economia-del-bien-común.org) en Austria y Alemania y ha logrado ya tres ediciones en nuestro país (con permiso de las dichosas 50 Sombras de Grey). Felber, un maldito loco para unos y un genio para otros, propone hacer converger el capitalismo hacia los valores y principios éticos consagrados en las constituciones de las democracias occidentales como la dignidad humana, la justicia, la igualdad o la promoción y consecución del interés general. Propugna, así, incentivar a las empresas que se comporten de manera más cooperativa, más democrática, más solidaria, más ecológica y responsable mediante ventajas legales, fiscales, en el acceso a contratos públicos, a créditos blandos, etc. Por el contrario, se aplicarían impuestos y aranceles mayores a aquellas que menospreciaran los valores del bien común o produjeran en países o regiones donde no se respetan los derechos laborales básicos, o donde se esquilman los recursos naturales.

Felber llena así de valores la economía, proponiendo otra manera de construir las relaciones económicas, en la que se prima más que el dinero, el beneficio general que se revierte en el entorno. Ya hay 700 empresas que están poniéndolo en práctica y 45 organizaciones cívicas de Austria, Alemania, Suiza, Liechtenstein, Argentina, Honduras, EEUU, Gran Bretaña y España. En nuestra propia Comunidad, Muro de Alcoi, ya se ensayan iniciativas en este sentido. Hay mucho de esto en las cooperativas, a cuyo modelo empresarial podríamos acuñar desde aquí como un modelo empresarial del bien común.

Deberíamos, al menos, pararnos a pensar en todo esto: políticos, empresarios, trabajadores, consumidores, personas... Espolear a nuestros políticos a que sean receptivos a las esencias de este sistema, exijamos como ciudadanos y consumidores un modelo económico más equitativo. Creer en nuestra capacidad para cambiar las cosas y hacer de nuestra sociedad un lugar más habitable para las personas. ¿Acaso no es de sentido común?


Ana Real Sebastián                        ana.real@fevecta.coop

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