En el arranque de
la actual crisis económica hubo algunas voces que se alzaron desde el mundo de
la economía, la filosofía y la política para denunciar los graves abusos
especulativos y los comportamientos poco éticos por parte de empresas y
particulares, que habían conducido sin remedio a la situación ya por todos
conocida. Esas voces reclamaban un cambio de modelo económico y productivo, que
había de inspirarse también en un cambio de los valores que debían regir la
sociedad para evitar repetir los mismos errores.
Con el tiempo esas
voces han ido desfalleciendo. La vergonzante penuria por la que muchas personas
atraviesan no está sirviendo de acicate suficiente para un mayor movimiento
social de reivindicación que fuerce un cambio. El capitalismo está fuertemente
inoculado en nuestra sociedad, en nuestras relaciones, en nuestro planteamiento
de vida. Ha supuesto, es cierto, una gran generación de riqueza en las últimas
décadas, pero ha generado también tal desigualdad entre países, entre personas,
que resulta difícil defender la sostenibilidad de dicho modelo tal cual hoy lo
conocemos dentro de un discurso sincero de responsabilidad social.
El sistema es
imperfecto, de eso no cabe ninguna duda. Los discursos que desde las teorías
neoliberales sacralizan precisamente la libertad del individuo para labrarse su
propio futuro y que denostan la intervención del Estado para corregir los
desequilibrios y desigualdades que indefectiblemente el libre mercado genera
son los mismos que ahora piden los rescates a la banca. Y este es solo un
ejemplo de las incoherencias existentes.
La discusión, sin
duda, está servida, pero es en el debate de las ideas donde debemos buscar la
respuesta para llegar a algún tipo de acción. Ha de ser un debate con altura de
miras, eso sí; no vale eso de rechazarlo sin más porque el poder económico o
los mercados no van a permitir que nada cambie, porque también en otros
momentos de nuestra historia acabaron por caer otras estructuras en apariencia
inamovibles poco antes.
Hace apenas dos
años, Christian Felber, profesor de la Universidad de Económicas de Viena, planteó
su alternativa a tanto desatino: La
economía del bien común, un modelo económico completo basado en la
cooperación, que se ha convertido ya en un bestseller
(www.economia-del-bien-común.org) en Austria y
Alemania y ha logrado ya tres ediciones en nuestro país (con permiso de las
dichosas 50 Sombras de Grey). Felber, un maldito loco para unos y un genio para
otros, propone hacer converger el capitalismo hacia los valores y principios
éticos consagrados en las constituciones de las democracias occidentales como
la dignidad humana, la justicia, la igualdad o la promoción y consecución del
interés general. Propugna, así, incentivar a las empresas que se comporten de
manera más cooperativa, más democrática, más solidaria, más ecológica y
responsable mediante ventajas legales, fiscales, en el acceso a contratos públicos, a créditos
blandos, etc. Por el contrario, se aplicarían impuestos y aranceles mayores a aquellas
que menospreciaran los valores del bien común o produjeran en países o regiones
donde no se respetan los derechos laborales básicos, o donde se esquilman los
recursos naturales.
Felber llena así de valores la
economía, proponiendo otra manera de construir las relaciones económicas, en la
que se prima más que el dinero, el beneficio general que se revierte en el
entorno. Ya hay 700 empresas que están poniéndolo en práctica y 45 organizaciones
cívicas de Austria, Alemania, Suiza, Liechtenstein, Argentina,
Honduras, EEUU, Gran Bretaña y España. En nuestra propia Comunidad, Muro de
Alcoi, ya se ensayan iniciativas en este sentido. Hay mucho de esto en las
cooperativas, a cuyo modelo empresarial podríamos acuñar desde aquí como un
modelo empresarial del bien común.
Deberíamos, al menos, pararnos
a pensar en todo esto: políticos, empresarios, trabajadores, consumidores,
personas... Espolear a nuestros políticos a que sean receptivos a las esencias
de este sistema, exijamos como ciudadanos y consumidores un modelo económico más
equitativo. Creer en nuestra capacidad para cambiar las cosas y hacer de
nuestra sociedad un lugar más habitable para las personas. ¿Acaso no es de
sentido común?
Ana Real
Sebastián ana.real@fevecta.coop
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