Cualquier doctrina política se origina desde la economía, ciencia a la que
se atribuye la función de decidir cómo se han de producir los bienes y
servicios que necesita una comunidad, y
cómo se ha de distribuir el trabajo y la riqueza generada.
En pleno siglo XXI, azotadas las economías occidentales por una gran crisis
económica, nos planteamos si el sistema capitalista de libre mercado está
siendo capaz de seguir generando riqueza económica o, por el contrario, las
contradicciones internas del propio sistema están devorando al mismo.
El capitalismo ha puesto el énfasis en la creación de riqueza, en base a establecer
una gran recompensa para quien la ha generado o ha participado activamente en
su generación, especialmente desde la óptica del capital invertido.
El socialismo ha incidido más en la importancia de realizar un reparto más
justo de la riqueza generada, lo que ha hecho que en ocasiones se desaliente el
estímulo de la recompensa y, consiguientemente, la generación de riqueza haya
ido a la baja. En muchas ocasiones, un reparto
excesivamente igualitario ha desmotivado a la persona emprendedora y ha hecho que no le merezca la
pena el esfuerzo y riesgo en que puede incurrir, en relación a los supuestos
beneficios a obtener.
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Las democracias occidentales son básicamente
estados sociales de derecho donde se está intentado, desde la libertad de empresa y el libre funcionamiento
del mercado, generar riqueza. El estado, a través de los impuestos y
regulaciones legislativas, pone freno a los posibles abusos que se pueden
generar, al tiempo que procura atender las necesidades sociales de todos y, especialmente,
de los más desfavorecidos.
Ha sido la democracia y el consiguiente desarrollo de las clases medias, lo
que ha permitido al sistema capitalista adaptarse a un sistema más social y de
ese modo poder sobrevivir.
Pero los valores que sustentan al sistema Capitalista: libre mercado, libertad
de empresa, el capital es el que contrata al trabajo, maximización del beneficio
y los valores negativos asociados al mismo como especulación, explotación de la
mano de obra, dictadura económica …, son
los que han ocasionado las crisis económicas que, como la actual, está generando
una mayor desigualdad, dándose la paradoja de que las personas ricas cada vez
lo son más, las clases medias se están empobreciendo a marchas forzadas y las
clases bajas están ya en situación de exclusión social.
Hoy en día constatamos la existencia de la gran tensión que hay entre
MERCADOS (insaciables éstos, buscando la máxima rentabilidad) y la POLÍTICA, intentando
poner freno a los abusos y procurando que no se genere más desigualdad.
Es evidente que en España y en las democracias occidentales, de momento
ganan por goleada “Los mercados” y pierden las personas, con la consiguiente
precarización del mercado de trabajo, el aumento de la desigualdad y la pérdida
de la protección social.
Una
solución es posible: La economía social y cooperativa, y la Responsabilidad
social empresarial.
Frente al panorama descrito anteriormente creo que caben soluciones, y éstas
pasan por potenciar la economía social y la responsabilidad social de la
empresa.
La economía social ha demostrado:
- Tener una dimensión social, al surgir con la
disposición de generar actividades que reviertan en la creación de empleo
estable, sobre todo entre aquellos grupos que han quedado excluidos del mercado
laboral o tienen dificultades para incorporarse o permanecer en él.
- Tener una necesaria dimensión económica para sostener las iniciativas empresariales y
de empleo en el medio local, y que haga viables sus proyectos empresariales.
- Poseer un carácter local, ya que sus acciones se
circunscriben a un territorio determinado que, en gran parte de los casos,
coincide con el propio municipio. Las empresas de Economía Social consideran la
comunidad local como ámbito territorial de actuación prioritario.
En mi opinión, la economía social y la empresa cooperativa aúnan las
ventajas que tienen los dos sistemas económicos: por un lado, el estímulo en la
generación de riqueza y consecución de beneficios, es decir, potencia la competitividad
externa y la productividad (si no hay empresa no hay cooperativa) y por otro
lado la solidaridad interna, la distribución equitativa, y la participación
democrática en igualdad.
Por todo ello, la cooperativa se vislumbra como la
fórmula empresarial más adecuada para la consecución de un desarrollo
económico, social y humano sostenido.
Pepe Albors p.albors@fevecta.coop
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